12 diciembre, 2009

Diciembre









En si mismo, Diciembre no es un mal mes, al menos durante la primera quincena. Siempre hay un puente sensacional al principio (que he pasado con mi hija pequeña, esguinceada ella), en él suele empezar la temporada de esquí (que este año, si no cambia mucho, será de esquí náutico: poca nieve remojada por abundantes lluvias y temperaturas medias sobre cero), y, si las semanas 'caen' bien, permite organizar el trabajo sin llegar al 31 con la lengua fuera (El Ministerio de Magia ha dictado hace tres días una Resolución que me obligará a romperme los cuernos hasta fin de año, sabiendo desde ya que será imposible llevar el asunto a buen puerto, con consecuencias innúmeras, todas desagradables).

Como es bien sabido en buena parte de la blogosfera, MBO ha pasado cinco semanas sabáticas en NYC, y regresó hace apenas dos. Escribió un diario de viaje sensacional que creo que ojea cada tanto para comprobar que no fue un sueño. Yo sueño a su través: es bastante improbable que pueda disfrutar de algo tan sensacional en mi vida. 'Las cosas son como son', que digo yo en cierto tema (El Espejo: váyanse a nuestro MySpace si quieren escucharla).



Entre tanto, anduve tales treinta y tantos días administrando las dos bombas hormonales (UPFM y UPFm) y el elemento complementario 'mayor de edad' (UPMM) sin demasiado desdoro para la dignidad de Domus Hansis. Será difícil, qué coño, muy difícil no soñar con las tres sílabas de la palabra dieciséis. Salí algún que otro día con viejos amigos, ví algún concierto de interés y conseguí -conseguimos Míchel y yo, por ser exactos- sustituir a Javier y a Christian, batería y bajista de Los Modos, defectivos en razón de otros proyectos. Sustituidos que fueron, respectivamente, por Jose (sic: no falta la tilde) y Manu, éste último nos dejó colgando hace una semana, y vamos locos buscando nuevo bajista. Considerando que la nueva trayectoria de Los Modos arranca hace apenas quince meses, es lo cierto que TRES bajistas son demasiados. Creo que al próximo que entre le hago firmar un compromiso so pena de emasculación, o algo así.

Estamos a punto de embarcarnos en la segunda quincena de Diciembre, momento del año especialmente odioso para los navitófobos, el Presidente de cuya Asociación Mundial soy yo. Odioso en general por exceso de calorías ingeridas, por exceso de alegría de plexiglás, por saturación de almuerzos-y-cenas de hermandad que quizás en cualquiera de los otros meses me apetecería. Voy buscando un sitio 'donde un disco suene fuerte y no pueda ni hablar' (no es mío, es del llorado Antonio Vega). Odioso en particular, porque soy un tipo bastante correoso, pero estoy, exactamente, al borde del colapso. Aquí queda, en confianza. Ni más ni menos. En tal status, sumergirme en la Navidad es, estrictamente, lo peor.

Como soy un hombre y soy simple, en una primera aproximación debería resolver las cosas de modo simple, así que he valorado alguna alternativa.


Esa es la primera de ellas: simple, excusable, de fácil gestión (ya la he estado probando, de suyo, y me convence por todos los conceptos).



Sin embargo, cuando lo pienso en serio, basta con mirar a la rubia y a lo que aparece en mi ventana (que es la foto de ahí arriba del todo) y así me sale pensar que en realidad no tengo derecho alguno a protestar. Suena baboso, lo sé. Pero, qué quieren, es lo que hay. Hoy, en particular, día quince de diciembre (diga lo que diga el boggerapero), más a más.


Por lo demás, y aunque no me encuentro a mi mismo, creo que hablé ya por aquí de La Elegancia del Erizo, de Muriel BARBERY. Hoy hemos ido a ver El Erizo, película basada en la novela, que creo que puedo recomendar sin dar mucha más indicación (dado el riesgo de spoiler). Diré que los dibujos, aportación extraña a la novela, justifican por si solos la recomendación de este drama, hermoso, estético y consecuente.



Y por ser congruente debería hablarles de libros. ¿Saben Vdes. que en mi biblioteca, ordenada alfabéticamente con trabajo de chinos, hay dos estantes dedicados exclusivamente a dejar los libros que, aún no ubicados en su lugar correspondiente, esperan ser comentados en Vladivostok?. Muchos libros. La tristeza -apenas: diré, más bien, algo así como la nostalgia o aún mejor esa lasitud dejada que, de seguro, conocen Vdes.- hace imposible la tarea de hablar de como cincuenta libros. así que al tirón cojo dos. Curiosamente, se entremezclan por el contexto ideológico que los fundamenta: El lector, de Bernhard SCHLINK y Lo seco y lo húmedo, de Jonathan LITTELL. A éste último le conocen Vdes. bien, sin duda. Al primero, probablemente, no. Eso es irrelevante. En esta nueva era de absoluta estulticia no es realmente importante. Pero he de reconocer que hablar de esto, que es serio, me exigiría en este momento estar en situación adecuada. No tengo ánimos (aunque lo haré, de veras: hay muchas cosas de las que hablar ahí). Como contrapartida estaba a punto de dar noticia a Vdes. de escritores escandinavos, y, señaladamente -los demás son escritores de novela negra/policiaca, y entre nosotros los adictos es un tema invariablemente reciclable- acerca de Cocka Hola Company, una perpetración a cargo de Matias FALDBAKKEN, un material perfectamente homologable con las piezas de Irvine WELSH pero sin tanta trastienda omnicomprensiva y 'admisible'. Coño, quiero decir que éste último administra sexo, drogas y rock'n roll de un modo más burguesamente tragable. O no, qué hostias. Tal vez sea que que es interiorizable que un anglosajón ('brit', irlandés) sea conceptualmente un guarro, pero que lo sea un escandinavo (y, aún más, una escandinava) no. Ni de coña. Y de ahí arranca el tinglao. Un puro desafuero, con una carga de profundidad sociológico (puagh) - sicológico (uarghs) - intelectual (pukin') de mucho voltaje. Y merecible, I swear.

Descansen. Lean. Confíen en que Hans está, todavía, ahí. Abrazos.