No, la verdad es que no me apetece mucho hacer balance del año. Es cursi, es como de querido-diario-de-candadito. Y ya no tiene uno edad ni peso para esas cosas. Así pues, me limitaré a hacer balance y cuenta de resultados del último día del año 2006.
Como primera providencia debo mencionar que la tarde del treinta y uno de diciembre nos fuimos a ver
Babel, esa película que a lo que parece ha conmovido las conciencias y los espíritus en general y los del mundo
blogger en particular.
No he visto Amores perros.
No he visto Veintiún gramos.
No estoy implicado afectivamente por el director perpetrante.
Ciento cuarenta y tantos minutos de película que no es buena, pues. Lo expongo en este modo algo caligramático y bastante paradójico-consecuencial para recalcar el hecho de que me da la impresión de que demasiada gente esta valorándola por las obras anteriores de González Iñárritu. Advierto que a partir de aquí y en rojo va un spoiler de la película, para no incordiar a quienes no la hayáis visto y deseéis hacerlo. Eso sí, me gustaría contrastar vuestras opiniones con las mías.
La anécdota que sirve de base a la película es perfectamente baladí a pesar de proyectarse geográficamente de manera tan estridente: recuérdese, Marruecos-México-Japón. En algún punto del desierto marroquí, un crio indígena le pega accidentalmente un tiro a una turista yanki (casada con Brad Pitt, que me luce muy bien la barbita de cuatro días en el 'flim'). La intrépida policía marroquí -todo respeto de los derechos humanos, toda todoterrenos, toda fusiles ametralladores belgas- tratará de determinar si se trata de un atentado islamista, acabando la cosa en tremenda balacera entre los miembros de tales cuerpos de seguridad y el niño, acompañado a la sazón por su padre y su hermano mayor, que -celoso perdido por cierto de su incestuosoide hermano pequeño y su mejor puntería- morirá a tiros policiales.
Los hijos del matrimonio yanky, en California en ese momento, están a cargo de una nanny mexicana ilegal. Ésta, en razón de dicho incidente, se ve cargada con los dos niños el día de la boda de su hijo, y no se le ocurre mejor cosa que llevárselos al festejo correspondiente a Tijuana, pasando la frontera. Al regreso se organizará el perfectamente previsible pollo con la Migra, que casi acaba con la vida de los crios. Por su parte, el rifle que desencadena la acción había sido el regalo de un ejecutivo japonés a su guía en Marruecos con ocasión de un safari realizado por aquél. El guía se lo vende a un pastor y éste se lo entrega a sus hijos para que espanten los chacales, muy interesados en comerse el ganado de la humilde familia. El ejecutivo japonés tiene una hija adolescente sordomuda fruto del matrimonio con una señora que se pegó un tiro. La hija tiene la empanada mental propia de esa edad, corregida y aumentada por la sordomudez, la orfandad por causa plúmbea y el hecho de que no ha logrado librarse de la incómoda virginidad, a pesar de sus notorios esfuerzos.
Analizando con un poco cuidado, la acción irresponsable -sólo desde un punto de vista occidental- de dar a unos críos un rifle de largo alcance da lugar a un incidente que afecta a una parejita de blondísimos y monísimos yanks, que sufren por segunda vez en su vida (la primera, la muerte súbita de su bebe -Sam, creo- es la primera tragedia en que se han visto implicados). Hilar eso con que el escopeto es de un japonés y que éste tiene una hija y ésta tiene problemas graves y menos graves (aparte de que entrambos han sufrido una tragedia realmente contundente) es alambicar un poco demasiado innecesariamente las cosas. Es una recarga excesiva. Es un juego de vidas cruzadas demasiado cogido por los pelos que a poco o nada conduce. Paradójicamente, a lo largo de la película, y hasta la eclosión de cada uno de los incidentes que enturbian sus existencias, los 'pobres' evidencian ser mucho más felices: los críos marroquíes al coger el rifle y jugar pegando tiros, los mexicanos en la peazo fiestaza de la Boda. Los 'ricos' llevan clavada al rostro la amargura -eventualmente cubierta por una leve máscara de felicidad artificial: la chica japonesa bebiendo, tomándose unas pirulas o en la discoteca- hasta el momento final, chis-pún.
Y es que la película adolece, además, de ser en definitiva otro drama de final feliz (para los ricos)/menos feliz (para los pobres):
- feliz para los yanks (la mujer vive, previa evacuación desde un villorrio miserable y polvoriento en medio del desierto, donde para aplacar el dolor una amable anciana le pasa una pipa de kif, consumo de drogas que junto con lo de las pills ya citado de la ojirrasgada da lugar a una calificación de 'moralmente nociva' para los censores públicos USA. La evacuación se hace en un helicóptero Bell UH-1B, naturalmente perteneciente a la Armada Estadounidense. Casi falta el 'tachán-tachán').
- Feliz para el japonés y su hija, que no se tira por la ventana de milagro, y entrevén un futuro más comunicativo con el abrazo final en el balcón de Tokio anocheciendo.
- Bastante menos feliz para la Nanny -que es deportada, llevando por cierto diecisiete años viviendo en los USA, pero sinencambio no le vuelan los sesos, y sus adorados niños viven al fin-.
- Definitivamente mucho menos feliz para la familia marroquí (sospechosamente islámica?), cuya desgracia se salda con la muerte de sólo uno de los tres, y la supervivencia de los otros dos que podrán seguir coadyuvando a la supervivencia de la familia.
Dice el director que se trata de una película sobre la familia. No estoy seguro, aunque es posible. Definitivamente, me parece artificiosa. Mucho. Reconoceré que la historia japonesa -será por los problemas de la adolescencia y la metáfora de la incomunicación hija/padre- y su desarrollo visual -será por las imágenes- me gusta algo más. La parte marroquí me parece absolutamente prescindible, lenta y polvorienta como las imágenes que utiliza. La historia mexicana, como ya he dicho, es lo más tópico que cabe concebir: sólo recoge una visión que me gusta: lo bien que se lo pasan los niños americanitos en una fiesta que les es absolutamente ajena, cómo disfrutan/tiemblan de terror ante costumbres a sus ojos de otro planeta.
Y eso es Babel para mí.
La cena, como siempre, en casa de mis padres. A mi Augusto Padre le dió una ventolera y después de su habitual cocktail de cava con
Juve y Camps Brut Nature (bien. Receta vieja escuela y ejecución siempre aplaudida por los concurrentes) no se le ocurrió mejor cosa que servir para los primeros un
Enate Cabernet 2001 infecto cuya mayor proximidad a las copas debería ser la de, previa reconversión en la alcoholera correspondiente, repasarlas para que brillen sin manchas de cal fiesta de nochevieja. La severa crítica de semblantes que percibió sirvió para que pasásemos al
plat de résistence y junto con él al
Valbuena 5º año, que ya nos pareció mucho, mucho mejor. Y luego nos pulimos ocho botellas de champagne. La fiesta en casa fue más tranquila que el
año pasado, pero estuvieron bien las copas que nos tomamos seguidamente en el
Pulp, garito de buenas prestaciones en todos los órdenes: musicalmente impecable hasta que cambió el DJ que debería ser gaseado al punto (por cierto: fui buen hijo y en ningún momento de la cena del treinta y uno prorrumpí en gritos de "
A ése habría que gasearlo", que son muy míos pero que a mi mamá le desasosiegan mucho); copas no venenosas (certificado: me debí tomar tres copas, y a pesar de eso y de la previa ingesta me encontraba razonablemente bien al día siguiente); se podía bailar bien y a modo; y había un número importante de conjuntos de chicas bastante monas, y bastante solas, lo que comento a efectos de aquellos que estéis solteros y seáis hombres heterosexuales o mujeres homosexuales. Me hizo bastante gracia ver a una de las pocas amigas abiertamente lesbianas que tengo tirar tejos de un modo, podríamos decir, bastante masculino (incluyendo la parte pelotazos-que-mi-amiga-llevaba-puestos, por cierto). Una imagen de lo más tierno.
El
día después transcurrió pacífico, hasta que a eso de las cuatro recibí un sms del ínclito Cranston Snord que junto con la joven T. se iban a Cerler a esquiar (es un decir) y pasaban por Zaragotham, cosa que hizo que yo abandonase mi pijamitud holgante y me duchase, afeitase y vistiese, y que QL hiciese una exquisita Quiche Lorraine y una ensalada de frutas y lechuga que nos tomamos los cuatro junto con nuestro común amigo P. y su mujer, con mucho placer y con unas botellitas de
Finca Valpiedra Reserva que tenía debidamente conservadas para ocasiones como ésta. Ya hablé de las casualidades que nos vinculan a Cranston y a mí
aquí, y aún descubrimos unas cuantas más. En fin, extraordinariamente agradable ocasión con tan magníficos invitados en casa.
Ayer, día dos de enero, regreso al trabajo para constatar que una de las malas noticias que ya refería en la entrada anterior es tan mala como parecía -o peor-. Día de intensidad variable. Cine por la noche,
El Laberinto del Fauno, que no está mal, sobre todo por la inteligente imbricación entre la historia mágica y la real (si bien ésta última se expone de manera bastante sesgada, como es por otra parte usual en estos tiempos). La niña actúa de coña. Se puede ver.
Y hoy, día tres, me han quitado por primera vez puntos del carnet. Tres, concretamente. Lo que me lleva a reiterar: me c*** en la muy p******* madre del
inefable. Naturalmente, la presunta infracción se ha verificado en una recta con visibilidad de siete kilómetros, con plena luz solar, cielo despejado, calzada seca, a bordo de un coche en estado perfecto y dotado de todos los sistemas de seguridad activa y pasiva imaginables, conducido por una persona perfectamente despierta y alerta que había desayunado con ligereza y lleva sin beber alcohol un montón de horas. No, claro: este Gobierno aberrante e incompetente no trata de recaudar: se trata de prevenir peligros. Mal rayo les parta (y no precisamente a los agentes de la benemérita, que de nada tienen culpa en este desagradable asunto).
A pesar de todo, este año va a ser bueno. He dicho. :-D